jueves, 30 de enero de 2014

Regla #4. Si fuiste feliz en un lugar...no debes volver.



Nos pasamos la vida hablando de comienzos y finales, de encuentros y despedidas, de puertas que se abren a cambio de otras que se cierran. Pero, ¿acaso todo es blanco o negro? ¿Es que no pueden existir puertas entornadas? Vivimos atados a la idea de que debemos despedirnos de todo lo que se va o simplemente nos deja, pero en la mayoría de ocasiones, lo que interpretamos por despedida no es más que una pausa en el tiempo. Para evitar confusiones, estoy hablando de las vueltas que da la vida. Sí, esos giros del destino que nos sacuden a lo largo de nuestros días y que juegan con nuestras rutinas como si de títeres se tratasen. Completos extraños pueden llegar a ser nuevos consejeros. Antiguos enemigos pueden suponer nuevas alianzas. Y el giro más cruel, aquel en el que el amor de nuestra vida puede convertirse en el amor de la vida de otro. Y, ¿entonces? Entonces nos toca dejar de querer a alguien únicamente porque ha dejado de querernos.

Cuando se trata de dejar de querer a alguien, inventamos nuestros propios rituales de despedida y nos martirizamos asistiendo a lugares que viven perennes en nuestra memoria como si de una postal de viaje en la nevera se tratara. Y, ¿ahora qué? Ahora que ya hemos revivido cada paso, cada calle, y hasta cada baldosa, ¿qué nos queda? ¿Es realmente esto la mejor forma de despedirnos de algo?

En realidad, y aunque nos duela, lo único que logramos es revivir el daño, pero el dolor es en ocasiones más adictivo que algunas drogas y no podemos evitarlo. Deseamos contar con un espejo en frente de nosotros para poder ver nuestro propio ridículo. Quizás, el cristal de ese autobús que ha pasado ya seis veces pueda respondernos con el reflejo de lo que está ocurriendo, que se aleja por completo de lo que deseamos. No veremos, como antes, dos bocas luchando por ver cuál es la que realmente besa y cuál es la que se deja besar. El reflejo es algo más gris, como el día. Al final
 todo se resume a una persona esperando la nada. Esperar la nada es lo mismo que construir castillos de agua; pero lo hacemos. Levantamos la mirada del suelo que la lluvia ha mojado esperando que esto sea todo menos una despedida. Y perdemos nuestra mirada nostálgica entre los rostros de la gente que pasa por delante, el frío y la canción más triste del reproductor en modo repetición. Entonces asumes que no suceden dos cosas iguales, por mucho que nos empeñemos.

¿Ya es buen momento para poner los pies en la tierra? Sin duda alguna, las despedidas como tal, no existen. Siempre habrá una parte de nosotros que deseará que esa persona aparezca en el último momento, cambiándolo todo, devolviéndonos aquello que tratamos de desprendernos. Aquello que un día, sin darnos cuenta, nos hizo realmente feliz. Pero, los momentos así, no existen. Nadie aparece bajo la melodía de tu película favorita. Esperar es el único camino a la desesperación. Las respuestas nunca llegan, el frío no va a ser menos frío y, los nuevos comienzos, vuelan más rápido que el tiempo cuando te diviertes. Regresar implica recordar, y no todos los recuerdos son de nuestro gusto. Por ello, si fuiste feliz en un lugar...no debes volver.


lunes, 13 de enero de 2014

Última carta.


Tras una ruptura, siempre quedan esas cosas que hubiésemos deseado decir, lo que yo llamo la última carta. Las últimas palabras jamás pronunciadas pero grabadas a fuego en nuestra memoria. Todas esas cosas, buenas y malas, que te gustaría decirle al oído a esa persona. Y es que, todas esas palabras tienen que ir a algún sitio. Algunas acaban en un folio lleno de borradores al que finalmente se le prende fuego; otras se plasman en un viejo diario; y otras, sencillamente, se desvanecen con el tiempo como si de las hojas en otoño se tratase. A veces nos martirizamos pensando que aquellas palabras podían habernos salvado del frío si las hubiésemos dicho a tiempo, pero la verdad es que nadie está a salvo de los matices grises. Es mucho más complicado que un par de ‘te quieros’ entrecortándose con los besos, aunque yo siempre he dicho que en la sencillez se esconde el aburrimiento. A veces, para poder seguir adelante, debemos soltarlo todo, aunque ello incluya una tarde más de lágrimas y canciones melancólicas en modo repetición; porque el tiempo pasa muy lento en cuestión de rupturas, y a veces debemos provocar su aceleración. Soltarlo todo por última vez, concederle un último baile a la memoria y dejar que los recuerdos dancen a su antojo. Pero, como en la Cenicienta, a medianoche el cuento debe acabar. Debemos llegar a la cima de esta montaña y disfrutar de las vistas, que al fin y al cabo son la recompensa, ¿no?. Rara vez el primer amor termina siendo el último, pero no sólo debemos vivir con ello, sino también vivir con los buenos recuerdos. Sacar todo el veneno y enmarcar los buenos recuerdos, que con el paso de los años, será lo único que recordaremos. Yo hoy pongo fin a mi andadura entre estas tristezas que asfixiaban cualquier indicio de ilusión, pero para poder decir adiós a algo, debemos despedirnos sin dejar nada en el tintero, despedirnos con nuestra última carta.

Próxima estación: la última carta.

"Adoraba tu sonrisa, esa sonrisa inocente y a la vez tan tranquilizadora, capaz de hacerme pensar que, aunque las cosas fueran mal, acabarían bien. La sonrisa más perfecta que he besado. Con su diente partido que la hacía todavía más perfecta. Los hoyuelos que te salían cuando dejabas libre al niño que llevas dentro. Y tus ojos, tus ojitos cansados. También adoraba su color. Su color cuando me miraban de cerca, su color cuando les daba la luz del sol, y el mejor de los colores, ese brillo que desprendían en plena oscuridad capaz de iluminarlo todo. El lunar de tu frente, la marca más bonita de todo cuerpo. Creo que mi pasión por ese lunar nació el día en el que me contaste que a ti no te gustaba. Tu pelo oscuro, tan rebelde como yo en ocasiones, más rizado al despertar y siempre tan bien peinado cada vez que teníamos que vernos. Cómo olvidar la cicatriz de tu ombligo...podía pasarme las horas muertas acariciándola hasta quedarnos dormidos. Aún recuerdo el poder que tenían tus brazos sobre mí, la capacidad de hacerme sentir seguro y lo confortable que era despertar entre ellos. A veces incluso el viento me trae tu olor, pero sólo el del último abrazo. Tu olor era el mejor de los aromas, sobretodo el de aquellos días especiales en que usabas tu mejor colonia. Aunque creo que me quedo con tu olor para dormir, el que muy poca gente conoce. No hay día que eche de menos tus manías. La manía de hacerme sentirme más alto que tú en las escaleras mecánicas. La manía de ducharnos juntos a altas horas, aunque yo me muriera de sueño. La manía de besarme en cualquier banco haciéndolo nuestro. También odiaba tu indecisión, creo que porque yo soy la persona más indecisa del mundo. Las llamadas de antes de dormir, que me acompañaras a casa, ser lo último que veas antes de volver a tu isla y esperarte en el aeropuerto cuando volvieras. Me gustaba esa felicidad. Me gustaba la vida a tu lado. Esta última carta no pretende revivir sentimientos muertos, sólo desear que descansen en paz. Por todo eso que me regalaste, por cada carcajada que compartiste, por lo que un día fuimos.
A la persona que me hizo mas feliz de todas, a ti. "


martes, 7 de enero de 2014

Amor (no) correspondido.


Siempre he pensado que el peor de los amores era el no correspondido, hasta hoy. Existe un amor todavía más dañino y cruel después de aquel en el que una persona queda atrapada en una historia unilateral, es aquel en el que dos personas se aman pero, por circunstancias de la vida, no pueden estar juntos. De locos, ¿verdad? Con lo difícil que es encontrar a alguien dispuesto a amar nuestras virtudes y aceptar nuestros defectos, y va la vida, esa que es tan puta, y nos aleja de todo final feliz posible. Lo sé, sé que parece que estoy escribiendo sobre el gran tópico amor no correspondido, pero es que este es igual de imposible y, en ocasiones, incluso más doloroso.

La distancia, el famoso enemigo de las relaciones, separa corazones y desgasta a las personas hasta que no pueden más. Inunda sus vidas de incertidumbre y desconfianza y, al final, lo que empezó con un ‘nos vemos en dos semanas’ se esfuma entre correspondencia sin contestación alguna.

La inseguridad, el sentimiento más inútil, el miedo a querer por la posibilidad de ser rechazado. Es un amor a contrarreloj, pues, cuando el tiempo pase, sólo quedarán dos personas que pudieron amarse, pero prefirieron el suelo firme de la soledad.


Las terceras personas, un veneno que corre lento en cualquier historia de amor. Os preguntaréis cómo es posible que existan terceras personas en una relación que no puede ser, pues este post va dirigido a aquellas personas que, a pesar de quererse, no pueden estar juntas. Las terceras personas se ocultan en el tiempo en forma de pasado, presente y futuro. Hablando más claro, existen normas no escritas que nos prohíben querer a ciertas personas, a veces, incluso hablar con ellas. Parece de chiste, pero es cierto. Estas normas no escritas tienen como pilares la confianza, la lealtad y el respeto. Un día cualquiera, podéis juraros amor en el coche en mitad de la noche mientras suena tu canción favorita, y al día siguiente amanecer con todos los ‘te quiero’ rotos. ¿Cómo explicarías a tu mejor amiga que te has enamorado de su ex? Exacto, estas terceras personas son los amigos. Personalmente soy partidario de que ‘lo que ha tocado tu amigo, no se toca’, pero nadie elige de quien enamorarse. Aceptar un amor prohibido puede suponer rechazar una amistad verdadera, por eso anteponemos nuestras amistades a un amor que, aunque no queramos que acabe nunca, puede acabar cuando menos te lo esperas. Es injusto  tener que rechazar lo que amas porque otra persona tuvo la suerte de conocerlo antes, pero es la vida. Es la vida de las personas cobardes que han mantenido en secreto sus sentimientos; pero también es la vida de las personas valientes que han sido capaces de tomar la decisión más difícil de todas: renunciar a lo que se ama. Hay que ser valientes para poner una sonrisa a esa amiga que no sabe que es culpable de tu falta de felicidad. Hay que ser valientes para decirle a la persona que te quiere que no podéis estar juntos. Y hay que ser valientes para asumir que desde ese mismo día, tienes que empezar a olvidar a la persona que conseguía que te olvidaras del mundo. Por eso, cuando hablamos de un amor correspondido, olvidamos que a veces llevan un paréntesis entre medias que lo convierte en no correspondido, el paréntesis de la amistad.

A todas esas personas que son tanto afortunadas como víctimas de un amor al que han de renunciar por mantenerse en pie, quizás la vida les tenga preparado un final feliz y este trago de amargura no sea más que un capítulo que contar. Quién sabe qué planes tiene la vida en lo que respecta a nuestra vida amorosa. Y, si estos planes fallan y las ganas crecen, debemos recordar que 'siempre nos quedará París'.