Nos pasamos la vida hablando de comienzos y finales, de encuentros y
despedidas, de puertas que se abren a cambio de otras que se cierran. Pero,
¿acaso todo es blanco o negro? ¿Es que no pueden existir puertas entornadas?
Vivimos atados a la idea de que debemos despedirnos de todo lo que se va o simplemente nos deja, pero en la mayoría de ocasiones, lo que interpretamos por despedida no es más que una pausa en el tiempo. Para evitar confusiones, estoy hablando de las vueltas que da la vida. Sí, esos giros del destino que nos sacuden a lo largo de nuestros días y que juegan con nuestras rutinas como si de títeres se tratasen. Completos extraños pueden llegar a ser nuevos consejeros. Antiguos enemigos pueden suponer nuevas alianzas. Y el giro más cruel, aquel en el que el amor de nuestra vida puede convertirse en el amor de la vida de otro. Y, ¿entonces? Entonces nos toca dejar de querer a alguien
únicamente porque ha dejado de querernos.
Cuando se trata de dejar de querer a alguien, inventamos nuestros propios rituales de despedida y nos martirizamos asistiendo
a lugares que viven perennes en nuestra memoria como si de una postal de viaje
en la nevera se tratara. Y, ¿ahora qué? Ahora que ya hemos revivido cada paso,
cada calle, y hasta cada baldosa, ¿qué nos queda? ¿Es realmente esto la mejor forma de despedirnos de algo?
En realidad, y aunque nos duela, lo único que logramos es revivir el daño, pero el dolor es en ocasiones más adictivo que algunas drogas y no podemos evitarlo. Deseamos contar con un espejo en frente de nosotros para poder ver nuestro propio ridículo. Quizás, el cristal de ese autobús que ha pasado ya seis veces pueda respondernos con el reflejo de lo que está ocurriendo, que se aleja por completo de lo que deseamos. No veremos, como antes, dos bocas luchando por ver cuál es la que realmente besa y cuál es la que se deja besar. El reflejo es algo más gris, como el día. Al final todo se resume a una persona esperando la nada. Esperar la nada es lo mismo que construir castillos de agua; pero lo hacemos. Levantamos la mirada del suelo que la lluvia ha mojado esperando que esto sea todo menos una despedida. Y perdemos nuestra mirada nostálgica entre los rostros de la gente que pasa por delante, el frío y la canción más triste del reproductor en modo repetición. Entonces asumes que no suceden dos cosas iguales, por mucho que nos empeñemos.
¿Ya es buen momento para poner los pies en la tierra? Sin duda alguna, las despedidas como tal, no existen. Siempre habrá una parte de nosotros que deseará que esa persona aparezca en el último momento, cambiándolo todo, devolviéndonos aquello que tratamos de desprendernos. Aquello que un día, sin darnos cuenta, nos hizo realmente feliz. Pero, los momentos así, no existen. Nadie aparece bajo la melodía de tu película favorita. Esperar es el único camino a la desesperación. Las respuestas nunca llegan, el frío no va a ser menos frío y, los nuevos comienzos, vuelan más rápido que el tiempo cuando te diviertes. Regresar implica recordar, y no todos los recuerdos son de nuestro gusto. Por ello, si fuiste feliz en un lugar...no debes volver.
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