martes, 31 de diciembre de 2013

Último balance.



Tenemos esa extraña tendencia de analizar el año que hemos vivido, cuando apenas le quedan días para agotarse. Es el último balance, el último vistazo atrás. En realidad, el último día del año es como un día de jornada de puertas abiertas para el pasado. Sí, durante estas últimas horas permitimos que nos invadan los recuerdos, y con ellos, la nostalgia de lo que se fue y la alegría de lo que permanece. Creo que hacemos este pequeño balance personal para rodear nuestros errores con un rotulador rojo y repetirnos a nosotros mismos que no los volveremos a cometer en este nuevo año que entra, y para eso nos marcamos propósitos. Propósitos que a veces olvidamos desde el primer día, o quedan apuntados en un papel que perdemos entre nuestras cosas de la mesilla de noche.
‘Para este nuevo año, quiero ser más feliz, que ya me toca.’ ¿Os suena, verdad? La gran mayoría de nosotros deseamos encontrar la felicidad en cada año nuevo, aunque el problema de ésta es que nunca viene sola. Bajo este primer propósito de felicidad, se ocultan otros varios como son encontrar una pareja estable, que no falte el dinero, por supuesto que tengamos salud, y en general, que la vida nos sonría. Pero, algo va mal, algo no termina de cuadrar si cada año se repite este ritual de lágrimas y sonrisas. Es gracioso, todos brindamos con una sonrisa, fingida o no, como si realmente este último momento fuera a mejorar toda la mierda que nos ha rodeado durante el año, y creemos que dos sorbos a una copa de champán van a lograr que el nuevo año sea mejor que el infierno en el que lo acabamos. Pero vuelve a ocurrir. Año tras año, despedimos junto a los nuestros un año que debía ser fantástico, pero que, por lo que sea, vuelve a ser un recuerdo de todo lo malo combinado con el deseo de que todo cambie al comernos 12 uvas. Y hasta aquí el lado gris de la Nochevieja.
Aunque no me guste hablar aquí de mí mismo, hoy es un día para ello, porque yo también tengo mi último balance. Y una vez me dijeron, que no hay demostrar que no somos felices, porque en el mundo existen personas que se alegran de todas nuestras tristezas, y yo no voy a darle a nadie ese gusto. Ha sido un año cuanto menos raro, caótico y sorprendente. Tampoco voy a mentir, la manera en la comenzó mi año no se parece para nada a como está acabando, pero en esta vida hay que saber afrontar todo lo que nos viene, aunque escueza más que llenar de sal una herida. Empecé un año que prometía ser genial, en el que lo tenía todo, estudios, amor, familia, amigos… Pero la vida, o el año, es caprichoso, y ya se sabe lo que se dice:no es como se empieza, sino como se acaba. Y así ha sido. Las familias crecen, otras se reducen, y tenemos que aceptarlo. Este año, habrá personas importantes brindando desde la otra punta del mundo, pero, aunque lo hagan desde Panamá, una parte de ellos estará brindando en nuestra mesa. En cuanto al amor, he tenido la suerte de saborear a una persona que me ha hecho realmente feliz, y me ha querido tal y como soy. De verdad, cuando las personas encontramos el amor, no necesitamos nada más. Y sé, que aunque el amor se haya acabado para mí, al menos durante un tiempo, esa persona también estará brindando en mi mesa, escondido entre el ruido de las copas al chocar, porque yo tuve la suerte de empezar el año con la persona que más he amado. El amor se esfuma, los recuerdos no, nunca olvidéis eso. En lo que respecta a mis amigos, tengo la suerte de tener a los mejores, y lo siento por los que no tenéis esa suerte. Es cierto que algunos se han ido, pero los más importantes siguen ahí, al pie del cañón. No voy a entrar de detalles, pero sí está bien recordarles que gracias a ellos yo me mantengo en pie y soy quien soy. Ellos han hecho que este año no se vaya del todo a la mierda, y eso es algo de lo que siempre estaré agradecido. Por último, los de casa, por los que yo daría la vida: mi madre y mis dos hermanos. Ellos son lo más importante, y doy gracias de que año tras año sigan conmigo, sin soltarme ni un momento. Han sido mi luz cuando todo era oscuro, y siempre, pase lo que pase, serán lo mejor de cada año.
La vida la medimos en años, y es quizás por eso por lo que hacemos un balance cuando este se agota, para recordarnos a nosotros mismos quienes somos y como queremos ser. Y como bien dicen, cada día es una nueva oportunidad, ¿no? Así que tenemos 365 oportunidades nuevas para cambiar todo. Brindemos por los que se marcharon, por los que se quedaron, y por los que vendrán, porque todos ellos forman nuestro balance, y para que un año sea completo, hemos de reír, llorar y bailar hasta que nos duelan los pies.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Regla #3. Si ha pasado página...tú pasa dos.


La vida es un libro. Un libro con un pasado escrito a fuego, un presente que se escribe sobre la marcha y un futuro totalmente en blanco. Así, lo que ocurre en el pasado, influye inevitablemente en el presente que vivimos y en el futuro que está por venir. Todo lo que ocurre, desencadena en nuestras vidas nuevas circunstancias, nuevas páginas en el libro. Y la vida, como libro que es, se presenta de formas muy diversas.

A veces ocurre que juzgamos un libro por su portada, por lo que vemos desde fuera, ignorando lo que realmente hay en su interior. Como, por ejemplo, con un libro de tapa dura que recoge la mayor novela romántica o la historia de amor más triste jamás escrita, quizás por esto presente una tapa dura, una coraza para evitar más historias alejadas de cualquier final feliz.

De la misma manera, algunos libros son víctimas de sus propias historias. Son aquellos que, en un abrir y cerrar de ojos, cambian por completo. Así, lo que creíamos por cuento de hadas, puede convertirse en una novela de terror en cuestión de segundos.


También podemos ser adictos a cierta página. Esa en la que está escrito el diálogo más romántico o la descripción más detallada y mágica de nuestro lugar favorito. La misma que marcamos para releer una y otra vez. Pero, ¿marcamos nosotros mismos la página? Personalmente pienso que es la página la que nos marca a nosotros. Más que una página, una persona, un lugar, o un recuerdo. Somos capaces de quedarnos anclados a esa página, reviviendo a cada momento lo que aguarda. La famosa piedra con la que nos gusta tropezar. Tenemos por tendencia recordar aquello que nos hizo felices, y asumimos que el precio de ese bonito recuerdo no es otro que vivir estancados en esa página, en ese momento de nuestras vidas en el que todo estaba en completo orden. 
Es en esa misma página donde recordamos la misma historia, los mismos besos, y aún peor, el mismo final; sin saber que, mientras leemos esa página, el protagonista de ella ha pasado la suya de una zancada, como si de un charco en un día de lluvia se tratase. En una situación así, sólo nos quedan dos opciones. Podemos seguir atados a una historia con la que sólo ganamos noches en vela y kilos a base de chocolate; o podemos seguir adelante y así no perdernos todo lo que está por venir, todas las páginas dispuestas a demostrarnos que existen otro tipo de finales, aquellos en los que el príncipe no nos cambia por otra persona.


El mundo no va a pararse por muy complicadas que se presenten las cosas. Y menos mal, pues de lo contrario, no podríamos decir que no hay mal que dure eternamente. Por eso, cuando dejes de preguntarte por qué, quizás encuentres el momento de preguntarte por qué no, dejando atrás esa página a la que tanto te aferrabas, adentrándote no sólo en nuevas páginas, sino en nuevos capítulos. Pasar página es un riesgo que merece la pena sólo por averiguar qué nos espera más adelante. Por ello, cuando no encuentres motivos de peso por los que pasar página, a pesar de que la otra persona sí lo haya hecho, recuerda quién eres y qué mereces, que si ha pasado página…tú pasa dos.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Besos.


Son la forma más tierna que tenemos de expresar nuestro amor. A veces, dicen más que las palabras, otras, dan más calor que un abrazo. Son la droga de los enamorados, la aspiración de toda alma rota, los antecedentes del deseo. La excusa para decir "te amo" sin necesidad de hablar. El gesto más bonito por excelencia. Besos para firmar nuevos comienzos, para hacer oficial una reconciliación, y para decirle a alguien que le queremos. Cuando se habla de besos, no hay nada escrito, porque no hay dos besos iguales, ni siquiera con la misma persona. Aunque sí es cierto que tendemos a idealizar el momento del beso, e inconformistas buscamos un beso como en las películas. ¿Quién no ha soñado con un beso a lo Spiderman? Bajo la lluvia, colgados boca abajo, desafiando la gravedad y rompiendo todos los esquemas. Y como éste, infinidad de ellos. Pero, volviendo a la realidad, los besos no son resultado de ningún guión, sino del momento. Por ello, los vivimos con tanta intensidad, que algunos parecen haber salido de la gran pantalla.
Existe un beso que lo vuelve todo invisible. El mismo que hace que el resto del mundo se pare junto al tiempo, quedando un instante congelado entre dos bocas. Las ganas acumuladas se evaporan al cerrar los ojos. Este beso no entiende ni de lugar ni de hora, simplemente ocurre. Puede ser en un aeropuerto, con sabor a "te he echado de menos"; en mitad de la Gran Vía, con sabor a "¡qué le den al mundo!"; o sobre un colchón, con sabor a "no me faltes nunca". Sólo lo conocen los afortunados, los correspondidos en el amor. Los mismos que brindan cada mes por haberse encontrado,aquellos a los que ya nunca más les faltarán besos.
Hay otro beso, el de sentimientos mezclados. La lucha entre un "quédate siempre" y un "sólo esta noche". La curiosidad que mata al gato. El amor frente a la mera atracción. Una boca saciando sus ganas y la otra muriendo al saber que quizás no vuelva a ocurrir. Leguas clavándose como dagas por un sentimiento que nunca será mutuo. Pero, antes de quedarnos sin probar la boca que deseamos, preferimos entregarnos a ella a pesar de que dure una noche, conformándonos con un par de besos mojados con más espinas que una rosa. Y, aunque duela, nos hace felices sentir que pertenecemos a alguien, aunque sea por unas horas.
Sin duda hay besos que muchas veces pasan desapercibidos, y son los que realmente no deberían faltarnos nunca. Son esos besos que apreciamos cuando nos faltan y no le damos el valor que merecen cuando los tenemos. Aquellos que duran apenas un segundo pero abarcan grandes momentos. Como el beso que nos da una madre antes de irnos a dormir. O el beso que nos da un abuelo cada vez que nos ve. Y aún mejor, el beso que nos dan los amigos en los momentos de mayor oscuridad, haciéndonos saber que, aunque creamos haberlo perdido todo, seguimos teniéndoles a ellos.
Aunque los besos también guardan su lado negativo, que es es quizás su capacidad para crearnos expectativas. Las expectativas de un futuro tan próximo que creemos, como lejano que es en realidad. Nada dura para siempre, y los besos no son ninguna excepción. Creo que tras una ruptura, los besos son una de las cosas que más se añoran. A lo mejor porque no son sólo besos, sino alguien que conoce nuestra forma de besar. Alguien que sabe en qué momento dárnoslos y cómo, calmándonos la sed. Cuando los besos se acaban, todas las lenguas te parecerán ásperas y cerrarás los ojos ante la desorientación de tu boca, que se pierde entre música alta, humo y ron barato. Las tardes de domingo vuelven a ser esa agonizante cuenta atrás hacia el lunes, y no los besos en cualquier semáforo con la capital encendida de fondo. Olvídate de los besos de buena suerte antes de un examen, los besos de buenos días desde la cama y los besos de todo irá bien que sólo esa persona sabía darte cuando tu mundo parecía romperse en mil pedazos. Es irónico, un día los besos nos salvan, y al día siguiente, cuando ya no son nuestros, nos destruyen. O más bien nos destruimos nosotros mismos pensando que ahora es otra persona la que se aprovecha de esos besos. Es entonces cuando somos capaces de cualquier cosa con tal de revivir un único aunque último beso, una despedida de todos aquellos que nos dimos recogidos en uno que diga "adiós, me hiciste muy feliz". Pero los besos así no existen, ya que las despedidas, si son definitivas, no conocen más que palabras entrecortadas y miradas encharcadas de nostalgia. Los verdaderos finales no se sellan con besos porque generan ilusiones, y éstas, llegado el final, no son más que cenizas.
En mi opinión, no añoramos los besos de esa persona, sino cómo nos hacían sentir. Sólo buscamos otras bocas con el mismo vacío que nosotros, cuando en realidad a nadie le faltan los besos. Todos recibimos besos, aunque no sean bajo la Torre Eiffel, y si notamos que nos faltan, es que ha llegado el momento de darlos.