La vida es un libro. Un libro con un pasado escrito a fuego, un presente
que se escribe sobre la marcha y un futuro totalmente en blanco. Así, lo que
ocurre en el pasado, influye inevitablemente en el presente que vivimos y en el
futuro que está por venir. Todo lo que ocurre, desencadena en nuestras vidas
nuevas circunstancias, nuevas páginas en el libro. Y la vida, como libro que
es, se presenta de formas muy diversas.
A veces ocurre que juzgamos un libro por su portada, por lo que vemos desde
fuera, ignorando lo que realmente hay en su interior. Como, por ejemplo, con un
libro de tapa dura que recoge la mayor novela romántica o la historia de amor
más triste jamás escrita, quizás por esto presente una tapa dura, una coraza
para evitar más historias alejadas de cualquier final feliz.
De la misma manera, algunos libros son víctimas de sus propias historias.
Son aquellos que, en un abrir y cerrar de ojos, cambian por completo. Así, lo que
creíamos por cuento de hadas, puede convertirse en una novela de terror en
cuestión de segundos.
También podemos ser adictos a cierta página. Esa en la que está escrito el diálogo más romántico o la descripción más detallada y mágica de nuestro lugar favorito. La misma que marcamos para releer una y otra vez. Pero, ¿marcamos nosotros mismos la página? Personalmente pienso que es la página la que nos marca a nosotros. Más que una página, una persona, un lugar, o un recuerdo. Somos capaces de quedarnos anclados a esa página, reviviendo a cada momento lo que aguarda. La famosa piedra con la que nos gusta tropezar. Tenemos por tendencia recordar aquello que nos hizo felices, y asumimos que el precio de ese bonito recuerdo no es otro que vivir estancados en esa página, en ese momento de nuestras vidas en el que todo estaba en completo orden. Es en esa misma página donde recordamos la misma historia, los mismos besos, y aún peor, el mismo final; sin saber que, mientras leemos esa página, el protagonista de ella ha pasado la suya de una zancada, como si de un charco en un día de lluvia se tratase. En una situación así, sólo nos quedan dos opciones. Podemos seguir atados a una historia con la que sólo ganamos noches en vela y kilos a base de chocolate; o podemos seguir adelante y así no perdernos todo lo que está por venir, todas las páginas dispuestas a demostrarnos que existen otro tipo de finales, aquellos en los que el príncipe no nos cambia por otra persona.
El mundo no va a pararse por muy complicadas que se presenten las cosas. Y
menos mal, pues de lo contrario, no podríamos decir que no hay mal que dure
eternamente. Por eso, cuando dejes de preguntarte por qué, quizás encuentres el
momento de preguntarte por qué no, dejando atrás esa página a la que tanto te
aferrabas, adentrándote no sólo en nuevas páginas, sino en nuevos capítulos. Pasar
página es un riesgo que merece la pena sólo por averiguar qué nos espera más
adelante. Por ello, cuando no encuentres motivos de peso por los que pasar
página, a pesar de que la otra persona sí lo haya hecho, recuerda quién eres y
qué mereces, que si ha pasado página…tú pasa dos.
Acabo de descubrir tu blog, me encanta Óscar =)
ResponderEliminar