Son la forma más tierna que tenemos de expresar nuestro amor. A veces, dicen más que las palabras, otras, dan más calor que un abrazo. Son la droga de los enamorados, la aspiración de toda alma rota, los antecedentes del deseo. La excusa para decir "te amo" sin necesidad de hablar. El gesto más bonito por excelencia. Besos para firmar nuevos comienzos, para hacer oficial una reconciliación, y para decirle a alguien que le queremos. Cuando se habla de besos, no hay nada escrito, porque no hay dos besos iguales, ni siquiera con la misma persona. Aunque sí es cierto que tendemos a idealizar el momento del beso, e inconformistas buscamos un beso como en las películas. ¿Quién no ha soñado con un beso a lo Spiderman? Bajo la lluvia, colgados boca abajo, desafiando la gravedad y rompiendo todos los esquemas. Y como éste, infinidad de ellos. Pero, volviendo a la realidad, los besos no son resultado de ningún guión, sino del momento. Por ello, los vivimos con tanta intensidad, que algunos parecen haber salido de la gran pantalla.
Existe un beso que lo vuelve todo invisible. El mismo que hace que el resto del mundo se pare junto al tiempo, quedando un instante congelado entre dos bocas. Las ganas acumuladas se evaporan al cerrar los ojos. Este beso no entiende ni de lugar ni de hora, simplemente ocurre. Puede ser en un aeropuerto, con sabor a "te he echado de menos"; en mitad de la Gran Vía, con sabor a "¡qué le den al mundo!"; o sobre un colchón, con sabor a "no me faltes nunca". Sólo lo conocen los afortunados, los correspondidos en el amor. Los mismos que brindan cada mes por haberse encontrado,aquellos a los que ya nunca más les faltarán besos.
Hay otro beso, el de sentimientos mezclados. La lucha entre un "quédate siempre" y un "sólo esta noche". La curiosidad que mata al gato. El amor frente a la mera atracción. Una boca saciando sus ganas y la otra muriendo al saber que quizás no vuelva a ocurrir. Leguas clavándose como dagas por un sentimiento que nunca será mutuo. Pero, antes de quedarnos sin probar la boca que deseamos, preferimos entregarnos a ella a pesar de que dure una noche, conformándonos con un par de besos mojados con más espinas que una rosa. Y, aunque duela, nos hace felices sentir que pertenecemos a alguien, aunque sea por unas horas.
Sin duda hay besos que muchas veces pasan desapercibidos, y son los que realmente no deberían faltarnos nunca. Son esos besos que apreciamos cuando nos faltan y no le damos el valor que merecen cuando los tenemos. Aquellos que duran apenas un segundo pero abarcan grandes momentos. Como el beso que nos da una madre antes de irnos a dormir. O el beso que nos da un abuelo cada vez que nos ve. Y aún mejor, el beso que nos dan los amigos en los momentos de mayor oscuridad, haciéndonos saber que, aunque creamos haberlo perdido todo, seguimos teniéndoles a ellos.
Aunque los besos también guardan su lado negativo, que es es quizás su capacidad para crearnos expectativas. Las expectativas de un futuro tan próximo que creemos, como lejano que es en realidad. Nada dura para siempre, y los besos no son ninguna excepción. Creo que tras una ruptura, los besos son una de las cosas que más se añoran. A lo mejor porque no son sólo besos, sino alguien que conoce nuestra forma de besar. Alguien que sabe en qué momento dárnoslos y cómo, calmándonos la sed. Cuando los besos se acaban, todas las lenguas te parecerán ásperas y cerrarás los ojos ante la desorientación de tu boca, que se pierde entre música alta, humo y ron barato. Las tardes de domingo vuelven a ser esa agonizante cuenta atrás hacia el lunes, y no los besos en cualquier semáforo con la capital encendida de fondo. Olvídate de los besos de buena suerte antes de un examen, los besos de buenos días desde la cama y los besos de todo irá bien que sólo esa persona sabía darte cuando tu mundo parecía romperse en mil pedazos. Es irónico, un día los besos nos salvan, y al día siguiente, cuando ya no son nuestros, nos destruyen. O más bien nos destruimos nosotros mismos pensando que ahora es otra persona la que se aprovecha de esos besos. Es entonces cuando somos capaces de cualquier cosa con tal de revivir un único aunque último beso, una despedida de todos aquellos que nos dimos recogidos en uno que diga "adiós, me hiciste muy feliz". Pero los besos así no existen, ya que las despedidas, si son definitivas, no conocen más que palabras entrecortadas y miradas encharcadas de nostalgia. Los verdaderos finales no se sellan con besos porque generan ilusiones, y éstas, llegado el final, no son más que cenizas.
En mi opinión, no añoramos los besos de esa persona, sino cómo nos hacían sentir. Sólo buscamos otras bocas con el mismo vacío que nosotros, cuando en realidad a nadie le faltan los besos. Todos recibimos besos, aunque no sean bajo la Torre Eiffel, y si notamos que nos faltan, es que ha llegado el momento de darlos.
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