Si algo tienen las desgracias, es que nos hacen fuertes. Mientras ocurren, nos rodeamos de gente que nos transmite fuerza a diario; y cuando finalmente han pasado, nos convertimos en los héroes que sobrevivieron a ese mal trago. Pero, las desgracias también pueden hacernos débiles. Y es que, cuando se pierde a una persona, siempre hay una parte de nosotros que se va con ella y no regresa jamás. Ya sea una relación amorosa que se lleva nuestras ilusiones; una vieja amistad que se lleva nuestros secretos más íntimos; o un ser querido de la familia que se lleva lo que conocíamos como amor incondicional e irreemplazable.
A veces, para poder comprender la magnitud de las desgracias, necesitamos ser espectadores. Con ello quiero decir que, sólo cuando somos nosotros los que tenemos que transmitir fuerza, comprendemos que lo que entendíamos como oscuridad, tan sólo son matices grises comparados con la verdadera oscuridad de los que nos rodean. Y son en estos momentos de verdadera oscuridad cuando lo que más necesitamos es reírnos. De todo y de nada, en voz baja o a gritos, solos o acompañados...pero hay que reír.
Cuando reímos, todos los problemas parecen hacerse invisibles como si de un dolor de cabeza tras una aspirina se tratase. Y aquello que nos rodea pierde su importancia durante unos minutos. No importa si nos ha dejado nuestra pareja, si hemos discutido con un amigo o si algún familiar está enfermo; en el momento en que desatamos nuestra risa, dejamos libre de preocupaciones nuestra cabeza y no podemos evitar sonreír a pesar de que nuestro mundo se desmorone por dentro. Al reír, creemos rozar eso que llaman felicidad y sólo cogemos aire para poder continuar y reírnos con más fuerza.
Los problemas van a ser los mismos, ni si quiera tienen pensado moverse de su sitio, ya que algunas tormentas pueden durar más de lo que esperamos. Es entonces cuando tenemos la opción de seguir anclados al chaparrón, o reírnos. No de ello, porque hasta que no nos hayamos liberado de la culpa y de la pena, no sabremos bromear al respecto; pero sí podemos reírnos a pesar de que truene. Sin preocuparnos por los días en los que más nos cueste, porque, como ya he dicho, las desgracias nos rodean de gente que nos hace fuertes, y eso implica personas que nos harán reír cuando más nos apetezca llorar. Y no es de extrañar que lloremos a solas la mayoría de las veces, pero siempre nos reímos en compañía de nuestros amigos y familiares porque, incluso cuando ellos no tienen ganas de hacerlo, son capaces de todo con tal de que soltemos una carcajada.
Sí, la risa puede resultar una verdadera salvación cuando más hundidos nos encontramos, pero los verdaderos héroes, los salvadores, son aquellos que están dispuestos a apartar sus problemas para hacernos olvidar los nuestros. Los amigos, junto con la familia, son los verdaderos protagonistas de cada carcajada. Jamás seremos capaces de agradecer todo lo que los demás hacen por nosotros, pero nunca está de más intentarlo. Mientras tanto, si algo aún duele...ríete.
No hay comentarios:
Publicar un comentario