martes, 26 de noviembre de 2013

Regla #2. Si luchas por algo...que sea por ti.





Dicen que para saborear la victoria debemos conocer antes la derrota. Que rendirse es de cobardes. Y que sólo luchando puedes ganar. Pero, ¿qué hay de lo que no dicen? ¿Qué hay de aquellos que no han saboreado aún la victoria? ¿Y de los que no han tenido más remedio que rendirse? ¿Acaso toda lucha conlleva a la victoria? Lo cierto es que a nadie le gusta recordar las derrotas, todos queremos ser recordados como héroes, y reservamos los finales tristes para una tarde de invierno con un viejo amigo y una taza de té caliente. Reservamos el dolor para lo más íntimo porque es la única forma de sentir que seguimos siendo fuertes para luchar en nuevas batallas; pero sobre todo porque nos llena de calor saber que alguien ha vivido un invierno parecido al que vivimos.

A veces luchamos por batallas equivocadas, y lo que creíamos por premio, nos hace sentir todavía más vacíos. Son esas situaciones en las que nos preguntamos ‘¿era esto lo que realmente quería?’. Nos dejamos llevar y desconocemos que cuando te caes, tienes que esperar a que el dolor se calme para volver a levantarte; de lo contrario, sólo es cuestión de tiempo volver a tropezar, y os aseguro que dolerá más. Creemos que seguimos el camino a la victoria y tan sólo es un atajo a la derrota. Mejor, la victoria convertida en derrota. Nos marcamos objetivos y, cuando los alcanzamos, no nos hacen sentir como creíamos. Es entonces cuando borramos las cicatrices de esta batalla con duchas de agua fría y garrafón, comprendiendo que mientras siga doliendo, no hay mayor reposo que la espera.

Otras veces luchamos por batallas que ya están perdidas, pero nos negamos a verlo. Preferimos quedarnos de pie esperando un tren que ya se ha marchado e incluso ya tiene nuevo viajero. Entonces tomamos el ‘rendirse es de cobardes’ y lo convertimos en nuestra mayor excusa, la excusa para seguir esperando. Es la manera que encontramos de coger fuerzas y avanzar, aunque en verdad no nos movamos del sitio. La propia esperanza nos hace felices, pero tarde o temprano, la realidad vuelve para golpearnos. Es ese tipo de golpe que suena a ‘ya te lo dije’ y que se convierte en un constante eco en nuestra cabeza. De un segundo a otro somos conscientes de que luchábamos por algo que perdimos y quizás otro ganó. Pero eso ya no importa. Cuando la realidad golpea, lo único que nos queda es aceptar el golpe, y con él, que también se puede ser valiente al afrontar lo que nos viene, aunque su sabor sea más amargo que el primer chupito de tequila de nuestra vida.

Pero sin duda las peores batallas son aquellas en las que nos enfrentamos a nosotros mismos. Aquellas en las que a pesar de las decisiones que tomemos, una parte de nosotros perderá y otra ganará. La batalla del olvido. Lo que sabemos por lo que sentimos; lo que sentimos por lo que desconocemos. Lo cierto es que en la famosa y eterna lucha entre la cabeza y el corazón sólo se puede tomar un camino: el de la aceptación. Aceptar que debemos dejar de querer a alguien por el cual, días atrás, dabas la vida. Aceptar que se acabaron las llamadas de antes de dormir, los post-it por la habitación diciendo que te quiere, y las visitas sorpresa al salir de clase. Nadie calentará tus pies en las noches de invierno. Toca despedirse de los domingos metidos en la cama, de pasear por las calles cogidos de la mano y del beso de medianoche el 31 de Diciembre. En el mismo momento en el que hayas aceptado que todo lo que un día compartiste, se ha marchado, comienzas a olvidar. Y no es fácil, qué os voy a contar, no habrá día que te levantes y te acuerdes de esa persona, pero al instante has de acordarte de ti mismo, y repetirte que tienes que seguir adelante tanto por ti como por los que te rodean. Tienes que luchar por recuperar la esencia que perdemos cuando el corazón se nos hace añicos. Luchar por volver a cantar en la ducha, saltar en los charcos y llorar de la risa. Volver a acostarte con sueños y levantarte dispuesto a alcanzarlos. Volver a ser tú.

Cuando se habla de batallas, no existen reglas. Sin embargo, nos empeñamos en luchar por aquello que creemos merecer, cuando lo único que merecemos todos con certeza es ser felices. Por ello, si luchas por algo...que sea por ti.

martes, 19 de noviembre de 2013

Excusas cobardes.




A todos nos ha ocurrido alguna vez. Nos encontramos, de la nada, envueltos en una situación de la que desconocemos cómo hemos llegamos, y todavía peor, desconocemos el camino de vuelta. La incertidumbre disfrazada de extrañeza. Un asiento vacío a nuestro lado del tren; como un día de nieve sin guantes ni bufanda. Una incógnita que crece y crece recordándonos que algo nos falta. Y, ¿qué nos falta? Respuestas.
Respuestas a preguntas libres de coherencia, y no hablo de qué habrá después de la muerte, o a qué huelen las nubes. Hablo de preguntas que nos arrinconan como si de un callejón sin salida se tratase, y cuando queremos calmar nuestras ansias de obtener respuestas, ponemos excusas, excusas cobardes. ¿Acaso no hay algo más absurdo que mentirse a uno mismo para sentirse mejor? Son nuestra salida de emergencia, el as bajo la manga, nuestro eterno plan B.

El 'no eres tú, soy yo' de un corazón frío que huye de los besos como rutina y de los 'te quiero' de antes de dormir. Cobardes aferrados al calor de una noche y a los números de teléfono en servilletas y posavasos. 

El 'el tiempo decidirá' de un corazón tan paciente como inocente. Atados a la idea de que es el tiempo el que mueve los hilos de nuestras vidas, sin saber que no hay mayor estupidez que la de dejar al tiempo tomar nuestras decisiones.

El 'así el destino lo quiso' de un corazón cansado de decepciones y de amores con sabor a un par de copas. Atrapados en un laberinto de oscuridad en el que la luz juega a entrar y a salir. Los resignados del amor.

El 'un clavo saca otro clavo' de un corazón ardiente, pero desquebrajado. Quizás esta la excusa más cobarde de todas. ¿Es posible reemplazar lo que nos negamos a perder? O tal vez la pregunta debería ser cuántos clavos aguanta el corazón antes de convertirse completamente en polvo. Esta excusa sólo te lleva a besar otras bocas que nunca sabrán como la que realmente deseas. Es como buscarle un recambio a una pieza única.Y, cuando el tiempo pasa, sólo te queda un corazón lleno de clavos y una conclusión, la de saber que todas esas personas que creías que te harían olvidar, sólo te han servido para darte cuenta de que un clavo no saca otro clavo, lo empuja más adentro.

Personalmente pienso que los clavos del corazón siempre permanecen, marcándonos. Son las huellas que dejan las personas que pasan por nuestra vida, ya sean olores, miradas o caricias. Ninguno desaparece porque nos dejan esa marca como si se tratase de una chincheta en la pared de un póster que colgamos, pero como en una habitación, la vidas se re-decoran, y las personas salen y entran de ellas a su antojo, dejándonos en ocasiones dolor con cada despedida. Nos negamos a aceptar esa dependencia a otra persona y salimos a buscar amores baratos, de esos que duran un par de horas.
Es propio de corazones que se congelan de tristeza buscar ese 'clavo que saca otro clavo'. Y, lo único que se puede hacer ante un corazón que se hiela, es esperar. Esperar nuevo calor. Al fin y al cabo, ocurre como con las estaciones del año, un día llega el frío con los días grises, y sólo nos queda aguardar la llegada del calor de nuevo; esa persona que aparece cuando menos creemos en el amor, cuando el gris cada vez es más negro, y cuando las grietas parecen no cicatrizar. A mí me dijeron una vez, que cuando alguien se marcha es porque la vida nos tiene a alguien mejor preparado. Y así es. Aparece esa persona que nos devuelve la ilusión en el amor, poniendo color a nuestros días y dispuesta a cicatrizarnos las heridas. Esa persona es capaz de volver minúsculos los clavos que nos ataban, convirtiéndolos en recuerdos, felices, pero recuerdos de una etapa en la que alguien nos quiso.

Y cuando anheles respuestas,no busques excusas.Recuerda que hay preguntas que no las necesitan. Que el calor vuelve cuando el frío decida marcharse. Que no podemos sustituir lo que para nosotros fue único. Que ningún dolor es eterno. Y que nos volvemos a enamorar.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Recuerdos.


Olores, sabores, paisajes, calles, portales...todo forma parte de las cosas que un día, en un momento concreto, vivimos. Y, ¿qué ocurre cuando el momento pasa? Aparecen los recuerdos. Pequeños trozos de vivencias que quedan en nuestra mente como un tatuaje con el que te despiertas tras una noche de fiesta. Son los okupas de nuestra cabeza. Algunos se comportan como un anuncio de televisión; deseas que se repitan para que dibujen una sonrisa en tu rostro, o aprietas con fuerza tus manos para que no vuelvan a aparecer en tu cabeza.
Los recuerdos malos, pueden hacernos temblar; y los recuerdos buenos, pueden hacernos olvidar, al menos por un instante, la realidad. Yo personalmente pienso que no hay recuerdo malo que no tenga su lado bueno, ni recuerdo bueno que no tenga su lado malo.
Por muy buenos y bonitos que sean, todos tienen cierto grado de nostalgia; nostalgia que en ocasiones puede ser muy afilada. A veces recordamos momentos felices, y cuando somos conscientes de nuevo de que sólo es un recuerdo, nos invade la tristeza al pensar que esos momentos, por mucho que lo deseemos, jamás se repetirán. Es entonces cuando vivimos atados a la idea de que nuestra felicidad quedó en el pasado, amarrada a esos recuerdos, negándonos a nosotros mismos un futuro mejor, un tren con destino a la felicidad.
Por otro lado, los malos recuerdos son el camuflaje para el dolor, la pena, la culpa, y aquellos sentimientos capaces de hacernos sentir vulnerables. Son aquellos que aparecen en el momento más inoportuno, colándose en nuestra mente y alejándonos del mundo real durante un instante. Te cambian el ánimo, te consumen. Cuanto más intentamos olvidarlos, más perduran. A veces los tratamos como al polvo, y pensamos que podemos esconderlos debajo de la alfombra, o eliminarlo con un trapo que nunca se termina de limpiar. Pero algo tienen los recuerdos, y es que todos vuelven a nosotros en el momento en el que menos lo esperamos.
Cuando un barco se hunde, el agua inunda cada recoveco de él hasta arrastrarlo al frío fondo. Con las relaciones ocurre lo mismo. Se hunden, se inundan de tristeza y acaban sumergidas entre fotos, cartas rotas y entradas de cine. El problema llega cuando suben los recuerdos a flote como objetos de un barco hundido. Piensas que han quedado en el olvido y aparecen, en el lugar menos ocurrente, recuerdos con más ganas que un primer beso, recuerdos dispuestos a romper nuestros esquemas.
Ocurre cuando pasas al lado del árbol donde os jurasteis amor, recordándote que lo que llamabais 'eterno', duró dos días.
Ocurre cuando ves una foto de aquellos tiempos donde solías sonreír a diario, recordándote que los motivos se marcharon lejos.
Y también ocurre cuando lees un mensaje, basta tan sólo una frase, en ocasiones una palabra, que te hace recordar que ya no tienen el significado que tenían. Es el momento en el que los 'te quiero' queman, los 'te necesito' muerden, y los 'siempre' matan.
Queda claro, los recuerdos alimentan tanto tristezas como alegrías. Juegan un papel ambiguo entre el ser nuestro amigo o nuestro peor enemigo.
¿Mi consejo? Vive. Vive intensamente cada día de tu vida, como si fuera éste el último. Sonríe, llora e incluso grita si es necesario, pero vive. Y, cuando menos lo esperes, tú mismo habrás reciclado recuerdos.
Pasarás al lado del árbol donde os jurasteis amor, y recordarás que ahí mismo tu hermano pisó un chicle.
Verás una foto de aquellos tiempos donde solías sonreír a diario, y recordarás que ahora tienes cientos de ellas, que sigues sonriendo, y que no tienes intención de dejar de hacerlo.
Y leerás un mensaje, basta tan sólo una frase, en ocasiones una palabra, que te hará recordar que alguien 'te quiere' y 'te necesita' para 'siempre'.

martes, 5 de noviembre de 2013

Regla #1. Si quedan cenizas...sóplalas.




En toda ruptura, por definitiva que sea, o al menos que lo parezca; llega un momento en el que las personas comienzan a plantearse situaciones ilógicas como resultado de hechos tanto concretos como puntuales.
¿Que de qué hablo? Hablo de esas expectativas de futuro que uno mismo se plantea en momentos de soledad. Son en esos momentos, a oscuras en la habitación, volviendo en el autobús o caminando con la mirada en el suelo, cuando en nuestra cabeza brota el director de cine que llevamos dentro y comenzamos a crear nuestra propia película.
Algunos imaginan una vida de soltero espléndida, llena de fiestas, mucho sexo y libre de preocupaciones.
Otros se decantan por imaginar una vida al lado de alguien con un buen físico, mucho dinero y falto de imperfecciones.
Pero luego están aquellos con las imaginaciones más crueles, aquellos que confiamos en que dónde hubo fuego, quedan cenizas. Los enamorados del amor. Infieles a la realidad y sumisos a la idea de que tarde o temprano, volveremos a estar con aquella persona. Ingenuos que pasan noches y noches en vela recreando esa reconciliación que no llega, y no es que se haya perdido por el camino, es que el camino se dividió hace tiempo. Creen que pueden hacer de lo particular, algo general y desconocen que el amor puede ser tan bello como cruel. Son los náufragos de un mar de preguntas. ¿Volverá a mi camino? Es lo que tienen los caminos, tan pronto se cruzan como que toman direcciones totalmente opuestas.

Yo mismo he conocido relaciones así; de esas que dicen 'se acabó' pero pasan los meses, incluso los años, y te sorprenden con un 'nos hemos dado cuenta de que nos queremos'. Si es cierto que existen, ¿por qué sigue habiendo gente buscando el amor en otras camas? No hay una respuesta exacta, puesto que el amor no entiende de tiempos. Digamos que esas historias, las que pasan de un punto final a un punto y seguido, son la lotería del amor; y como ya sabemos, aunque juguemos todos, muy pocos son los afortunados.
A veces pienso que las relaciones son como un cigarrillo, necesitado de fuego para prenderse y que se consume poco a poco, hasta acabar siendo cenizas. Y, ¿no es cierto que el fuego lo consume todo? Las cenizas no son más que el resultado de algo ya consumido.
No es bueno aferrarse a esas cenizas. Por mucho que cojamos con fuerza las cenizas, al abrir la palma de la mano tenderán a caer, y sólo nos habrán dejado una mancha. Lo mismo ocurre en el amor. Toda relación deja una huella, por pequeña que sea, dentro del corazón.
No es necesario amarrarse a algo que se ha ido; que si quiere volver, sabe el camino. Y si quedan cenizas...sóplalas.

sábado, 2 de noviembre de 2013

Amores de película.


Quién diga que nunca ha soñado con tener una historia de amor de película, miente. Y es que hasta el corazón más frío espera que alguien venga a derretirlo. Vivimos buscando amor y cuando lo encontramos, en algún lugar, alguien pulsa un botón y se rompe. Se marcha en silencio y sin avisar; y pasas de compartir rutinas, a compartir ruinas. Entendemos un amor de película como un amor perfecto, intenso, loco, eterno, inesperado; un amor mágico. Un amor en el que compartir inviernos con películas y chocolate caliente. Un amor dónde las primaveras son para viajar y los veranos se funden en besos en el agua. Un amor que no conoce de arrepentimientos, uno de esos. 
Dos personas se conocen por casualidad y acaban completándose la una a la otra. ¿Dónde está nuestra casualidad? Tal vez tropezamos con ésta y sin querer seguimos hacia delante. O tal vez nos robaron nuestra casualidad. Lo peor es buscarla. Crees que pasas la noche con tu casualidad y te despiertas solo, golpeado por la realidad.
En la vida real los amores de película escasean, si es que llegan a existir, y lo más cerca que estamos de ellos es en los libros de papel y en las películas románticas. A veces creemos haberlo encontrado, pero acaba por durar lo que el tiempo antoje, poniendo fecha de caducidad a todo lo que nos rodea. Y llegados a este punto, cuando volvemos al punto de partida, comienzan a inundarnos las preguntas. ¿Cómo hemos llegado aquí? ¿Volveré a sonreír? ¿Existe verdaderamente el amor? ¿Dónde me equivoqué? ¿Seremos como esas parejas que vuelven a cruzarse con el tiempo? Y cómo respondernos a preguntas que ni el propio destino, aquel que juega con nosotros como quiere, sabe con exactitud. Vuelve esa sensación de invierno a pesar de pasar el mayor caluroso agosto. Vuelve ese desequilibrio emocional entre amar u odiar la idea del amor. Ya no creemos en él, pero seguimos buscando motivos para volver a hacerlo. Aquí es cuando aparecen los sueños, que nos llenan de motivos. Motivos para seguir adelante, para creer no sólo en el amor, sino en las personas. Motivos para salir ahí fuera y buscar nuestra casualidad. Éstas no entienden de tiempo ni lugar; igual pueden estar en un café en una tarde lluviosa, como en la estación de un tren que hemos perdido.
El amor mueve el mundo, y os lo dice alguien con el corazón hecho añicos. Es como el sol que hay dentro de nosotros. Y a mí una vez me dijeron que nunca es tarde, que siempre habrá sol en el camino. Sin amor, la música, las novelas y el cine no encontrarían musa. ¿Qué sería de los que estamos solos sin las películas de amor que nos hacen llorar? 
¿Qué sería de mí sin amor?