martes, 19 de noviembre de 2013

Excusas cobardes.




A todos nos ha ocurrido alguna vez. Nos encontramos, de la nada, envueltos en una situación de la que desconocemos cómo hemos llegamos, y todavía peor, desconocemos el camino de vuelta. La incertidumbre disfrazada de extrañeza. Un asiento vacío a nuestro lado del tren; como un día de nieve sin guantes ni bufanda. Una incógnita que crece y crece recordándonos que algo nos falta. Y, ¿qué nos falta? Respuestas.
Respuestas a preguntas libres de coherencia, y no hablo de qué habrá después de la muerte, o a qué huelen las nubes. Hablo de preguntas que nos arrinconan como si de un callejón sin salida se tratase, y cuando queremos calmar nuestras ansias de obtener respuestas, ponemos excusas, excusas cobardes. ¿Acaso no hay algo más absurdo que mentirse a uno mismo para sentirse mejor? Son nuestra salida de emergencia, el as bajo la manga, nuestro eterno plan B.

El 'no eres tú, soy yo' de un corazón frío que huye de los besos como rutina y de los 'te quiero' de antes de dormir. Cobardes aferrados al calor de una noche y a los números de teléfono en servilletas y posavasos. 

El 'el tiempo decidirá' de un corazón tan paciente como inocente. Atados a la idea de que es el tiempo el que mueve los hilos de nuestras vidas, sin saber que no hay mayor estupidez que la de dejar al tiempo tomar nuestras decisiones.

El 'así el destino lo quiso' de un corazón cansado de decepciones y de amores con sabor a un par de copas. Atrapados en un laberinto de oscuridad en el que la luz juega a entrar y a salir. Los resignados del amor.

El 'un clavo saca otro clavo' de un corazón ardiente, pero desquebrajado. Quizás esta la excusa más cobarde de todas. ¿Es posible reemplazar lo que nos negamos a perder? O tal vez la pregunta debería ser cuántos clavos aguanta el corazón antes de convertirse completamente en polvo. Esta excusa sólo te lleva a besar otras bocas que nunca sabrán como la que realmente deseas. Es como buscarle un recambio a una pieza única.Y, cuando el tiempo pasa, sólo te queda un corazón lleno de clavos y una conclusión, la de saber que todas esas personas que creías que te harían olvidar, sólo te han servido para darte cuenta de que un clavo no saca otro clavo, lo empuja más adentro.

Personalmente pienso que los clavos del corazón siempre permanecen, marcándonos. Son las huellas que dejan las personas que pasan por nuestra vida, ya sean olores, miradas o caricias. Ninguno desaparece porque nos dejan esa marca como si se tratase de una chincheta en la pared de un póster que colgamos, pero como en una habitación, la vidas se re-decoran, y las personas salen y entran de ellas a su antojo, dejándonos en ocasiones dolor con cada despedida. Nos negamos a aceptar esa dependencia a otra persona y salimos a buscar amores baratos, de esos que duran un par de horas.
Es propio de corazones que se congelan de tristeza buscar ese 'clavo que saca otro clavo'. Y, lo único que se puede hacer ante un corazón que se hiela, es esperar. Esperar nuevo calor. Al fin y al cabo, ocurre como con las estaciones del año, un día llega el frío con los días grises, y sólo nos queda aguardar la llegada del calor de nuevo; esa persona que aparece cuando menos creemos en el amor, cuando el gris cada vez es más negro, y cuando las grietas parecen no cicatrizar. A mí me dijeron una vez, que cuando alguien se marcha es porque la vida nos tiene a alguien mejor preparado. Y así es. Aparece esa persona que nos devuelve la ilusión en el amor, poniendo color a nuestros días y dispuesta a cicatrizarnos las heridas. Esa persona es capaz de volver minúsculos los clavos que nos ataban, convirtiéndolos en recuerdos, felices, pero recuerdos de una etapa en la que alguien nos quiso.

Y cuando anheles respuestas,no busques excusas.Recuerda que hay preguntas que no las necesitan. Que el calor vuelve cuando el frío decida marcharse. Que no podemos sustituir lo que para nosotros fue único. Que ningún dolor es eterno. Y que nos volvemos a enamorar.

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