jueves, 27 de febrero de 2014

Regla #5. Si algo aún duele...ríete.




Si algo tienen las desgracias, es que nos hacen fuertes. Mientras ocurren, nos rodeamos de gente que nos transmite fuerza a diario; y cuando finalmente han pasado, nos convertimos en los héroes que sobrevivieron a ese mal trago. Pero, las desgracias también pueden hacernos débiles. Y es que, cuando se pierde a una persona, siempre hay una parte de nosotros que se va con ella y no regresa jamás. Ya sea una relación amorosa que se lleva nuestras ilusiones; una vieja amistad que se lleva nuestros secretos más íntimos; o un ser querido de la familia que se lleva lo que conocíamos como amor incondicional e irreemplazable. 

A veces, para poder comprender la magnitud de las desgracias, necesitamos ser espectadores. Con ello quiero decir que, sólo cuando somos nosotros los que tenemos que transmitir fuerza, comprendemos que lo que entendíamos como oscuridad, tan sólo son matices grises comparados con la verdadera oscuridad de los que nos rodean. Y son en estos momentos de verdadera oscuridad cuando lo que más necesitamos es reírnos. De todo y de nada, en voz baja o a gritos, solos o acompañados...pero hay que reír.



Cuando reímos, todos los problemas parecen hacerse invisibles como si de un dolor de cabeza tras una aspirina se tratase. Y aquello que nos rodea pierde su importancia durante unos minutos. No importa si nos ha dejado nuestra pareja, si hemos discutido con un amigo o si algún familiar está enfermo; en el momento en que desatamos nuestra risa, dejamos libre de preocupaciones nuestra cabeza y no podemos evitar sonreír a pesar de que nuestro mundo se desmorone por dentro. Al reír, creemos rozar eso que llaman felicidad y sólo cogemos aire para poder continuar y reírnos con más fuerza. 
Los problemas van a ser los mismos, ni si quiera tienen pensado moverse de su sitio, ya que algunas tormentas pueden durar más de lo que esperamos. Es entonces cuando tenemos la opción de seguir anclados al chaparrón, o reírnos. No de ello, porque hasta que no nos hayamos liberado de la culpa y de la pena, no sabremos bromear al respecto; pero sí podemos reírnos a pesar de que truene. Sin preocuparnos por los días en los que más nos cueste, porque, como ya he dicho, las desgracias nos rodean de gente que nos hace fuertes, y eso implica personas que nos harán reír cuando más nos apetezca llorar. Y no es de extrañar que lloremos a solas la mayoría de las veces, pero siempre nos reímos en compañía de nuestros amigos y familiares porque, incluso cuando ellos no tienen ganas de hacerlo, son capaces de todo con tal de que soltemos una carcajada.

Sí, la risa puede resultar una verdadera salvación cuando más hundidos nos encontramos, pero los verdaderos héroes, los salvadores, son aquellos que están dispuestos a apartar sus problemas para hacernos olvidar los nuestros. Los amigos, junto con la familia, son los verdaderos protagonistas de cada carcajada. Jamás seremos capaces de agradecer todo lo que los demás hacen por nosotros, pero nunca está de más intentarlo. Mientras tanto, si algo aún duele...ríete.


sábado, 15 de febrero de 2014

San Valentín.


Llegó el día tan amado como temido por todos. El día en el que todo lo empalagoso está bien visto y la ironía abarca los corazones solitarios. Sí, el día de los enamorados es sueño y pesadilla, cielo e infierno, pero, sobretodo, es un día, como el de ayer y como el de mañana, en nosotros está el otorgarle la importancia en relación con lo que sentimos en ese momento. Y no, no voy a mencionar la importancia de querer a esa persona todos los días y no únicamente el 14 de febrero. Pero, nos guste o no, San Valentín es el día por excelencia del amor como ocurre con el día de la madre, por ejemplo. Vivimos este día haciendo críticas de cómo lo celebran otros, pero lo cierto es que cada persona lo vive de diferente forma.
Los que lo viven ilusionados con su pareja. Aquellos que despiertan con enormes ramos de rosas y pequeñas notas escondidas por toda la casa. Los afortunados en este juego que es el amor; odiados por aquellos corazones solitarios pero, ¿qué importa eso cuando la persona que quieres te ama?. Estar enamorado te arruina y te engorda, pero nada tienen que hacer estos dos aspectos frente a la felicidad de sentirse querido por lo que llaman nuestra media naranja. Lo que muchos ven como consumismo, otros ven ganas de regalar y gritar a los cuatro vientos que están enamorados. Al fin y al cabo, el amor es alegría, ¿no?.
Los que lo viven aterrados por la soledad. Los corazones rotos o reducidos a cenizas que cierran fuertemente sus ojos deseando que el día pase volando, o quizás lo que realmente desean es a una persona con la que pasar el día. Todo el que haya pasado por una ruptura sabe que, tras ella, hay tres días que son muy dolorosos: el cumpleaños de esa persona, el propio cumpleaños, y el día de San Valentín.Se aferran a la idea de una soledad permanente y no ven más allá de la oscuridad de una fecha que un día les fue especial. Al fin y al cabo, el amor es tristeza, ¿no?.

Los que lo viven, simplemente. Da igual que seamos solteros o tengamos pareja, es un día cualquiera, al menos para nosotros. Es el día en el que nos convertimos en la mirada realista de lo que algún día fuimos, porque a todos nos ha importado alguna vez el día de San Valentín. Nosotros no tenemos un novio que nos regale flores y bombones, ni dormiremos esta noche en un hotel del centro de cualquier ciudad; pero tenemos nuestros propios Valentines. Nuestros pequeños ángeles que están dispuestos a emborracharse con nosotros y brindar por la preciada soltería que compartimos. Aquellos que nos curaron las heridas que nos dejó un viejo amor, los que merecen todas nuestras carcajadas en un día como el de hoy. Sí, los amigos son los mejores compañeros el día de los enamorados. ¿Quién no ama a sus amigos? Personalmente, hoy he recibido flores, he comido con mi mejor amigo y me espera una noche rodeado de los mejores. San Valentín es un día para recordar a las personas que están a nuestro lado día a día que les queremos. Hay que sacar todo lo bueno, y con ello, nuestra mayor sonrisa, que es el mejor regalo en un día como este. Al fin y al cabo, el amor es amistad, ¿no?.

Supongo que a lo largo de nuestra vida, todos, sin excepción, pasamos por estos tres tipos de fases. No importa en qué orden ni si estamos estancados en alguna de ellas, porque tarde o temprano, viviremos las otras dos perspectivas. Y, con el tiempo, quién sabe si rodearemos el 14 de febrero con un corazón, lo tacharemos, o simplemente mantendremos intacto este día del calendario. Mientras tanto, y que no suene con espíritu festivo...¡Feliz San Valentín a todos!

jueves, 30 de enero de 2014

Regla #4. Si fuiste feliz en un lugar...no debes volver.



Nos pasamos la vida hablando de comienzos y finales, de encuentros y despedidas, de puertas que se abren a cambio de otras que se cierran. Pero, ¿acaso todo es blanco o negro? ¿Es que no pueden existir puertas entornadas? Vivimos atados a la idea de que debemos despedirnos de todo lo que se va o simplemente nos deja, pero en la mayoría de ocasiones, lo que interpretamos por despedida no es más que una pausa en el tiempo. Para evitar confusiones, estoy hablando de las vueltas que da la vida. Sí, esos giros del destino que nos sacuden a lo largo de nuestros días y que juegan con nuestras rutinas como si de títeres se tratasen. Completos extraños pueden llegar a ser nuevos consejeros. Antiguos enemigos pueden suponer nuevas alianzas. Y el giro más cruel, aquel en el que el amor de nuestra vida puede convertirse en el amor de la vida de otro. Y, ¿entonces? Entonces nos toca dejar de querer a alguien únicamente porque ha dejado de querernos.

Cuando se trata de dejar de querer a alguien, inventamos nuestros propios rituales de despedida y nos martirizamos asistiendo a lugares que viven perennes en nuestra memoria como si de una postal de viaje en la nevera se tratara. Y, ¿ahora qué? Ahora que ya hemos revivido cada paso, cada calle, y hasta cada baldosa, ¿qué nos queda? ¿Es realmente esto la mejor forma de despedirnos de algo?

En realidad, y aunque nos duela, lo único que logramos es revivir el daño, pero el dolor es en ocasiones más adictivo que algunas drogas y no podemos evitarlo. Deseamos contar con un espejo en frente de nosotros para poder ver nuestro propio ridículo. Quizás, el cristal de ese autobús que ha pasado ya seis veces pueda respondernos con el reflejo de lo que está ocurriendo, que se aleja por completo de lo que deseamos. No veremos, como antes, dos bocas luchando por ver cuál es la que realmente besa y cuál es la que se deja besar. El reflejo es algo más gris, como el día. Al final
 todo se resume a una persona esperando la nada. Esperar la nada es lo mismo que construir castillos de agua; pero lo hacemos. Levantamos la mirada del suelo que la lluvia ha mojado esperando que esto sea todo menos una despedida. Y perdemos nuestra mirada nostálgica entre los rostros de la gente que pasa por delante, el frío y la canción más triste del reproductor en modo repetición. Entonces asumes que no suceden dos cosas iguales, por mucho que nos empeñemos.

¿Ya es buen momento para poner los pies en la tierra? Sin duda alguna, las despedidas como tal, no existen. Siempre habrá una parte de nosotros que deseará que esa persona aparezca en el último momento, cambiándolo todo, devolviéndonos aquello que tratamos de desprendernos. Aquello que un día, sin darnos cuenta, nos hizo realmente feliz. Pero, los momentos así, no existen. Nadie aparece bajo la melodía de tu película favorita. Esperar es el único camino a la desesperación. Las respuestas nunca llegan, el frío no va a ser menos frío y, los nuevos comienzos, vuelan más rápido que el tiempo cuando te diviertes. Regresar implica recordar, y no todos los recuerdos son de nuestro gusto. Por ello, si fuiste feliz en un lugar...no debes volver.


lunes, 13 de enero de 2014

Última carta.


Tras una ruptura, siempre quedan esas cosas que hubiésemos deseado decir, lo que yo llamo la última carta. Las últimas palabras jamás pronunciadas pero grabadas a fuego en nuestra memoria. Todas esas cosas, buenas y malas, que te gustaría decirle al oído a esa persona. Y es que, todas esas palabras tienen que ir a algún sitio. Algunas acaban en un folio lleno de borradores al que finalmente se le prende fuego; otras se plasman en un viejo diario; y otras, sencillamente, se desvanecen con el tiempo como si de las hojas en otoño se tratase. A veces nos martirizamos pensando que aquellas palabras podían habernos salvado del frío si las hubiésemos dicho a tiempo, pero la verdad es que nadie está a salvo de los matices grises. Es mucho más complicado que un par de ‘te quieros’ entrecortándose con los besos, aunque yo siempre he dicho que en la sencillez se esconde el aburrimiento. A veces, para poder seguir adelante, debemos soltarlo todo, aunque ello incluya una tarde más de lágrimas y canciones melancólicas en modo repetición; porque el tiempo pasa muy lento en cuestión de rupturas, y a veces debemos provocar su aceleración. Soltarlo todo por última vez, concederle un último baile a la memoria y dejar que los recuerdos dancen a su antojo. Pero, como en la Cenicienta, a medianoche el cuento debe acabar. Debemos llegar a la cima de esta montaña y disfrutar de las vistas, que al fin y al cabo son la recompensa, ¿no?. Rara vez el primer amor termina siendo el último, pero no sólo debemos vivir con ello, sino también vivir con los buenos recuerdos. Sacar todo el veneno y enmarcar los buenos recuerdos, que con el paso de los años, será lo único que recordaremos. Yo hoy pongo fin a mi andadura entre estas tristezas que asfixiaban cualquier indicio de ilusión, pero para poder decir adiós a algo, debemos despedirnos sin dejar nada en el tintero, despedirnos con nuestra última carta.

Próxima estación: la última carta.

"Adoraba tu sonrisa, esa sonrisa inocente y a la vez tan tranquilizadora, capaz de hacerme pensar que, aunque las cosas fueran mal, acabarían bien. La sonrisa más perfecta que he besado. Con su diente partido que la hacía todavía más perfecta. Los hoyuelos que te salían cuando dejabas libre al niño que llevas dentro. Y tus ojos, tus ojitos cansados. También adoraba su color. Su color cuando me miraban de cerca, su color cuando les daba la luz del sol, y el mejor de los colores, ese brillo que desprendían en plena oscuridad capaz de iluminarlo todo. El lunar de tu frente, la marca más bonita de todo cuerpo. Creo que mi pasión por ese lunar nació el día en el que me contaste que a ti no te gustaba. Tu pelo oscuro, tan rebelde como yo en ocasiones, más rizado al despertar y siempre tan bien peinado cada vez que teníamos que vernos. Cómo olvidar la cicatriz de tu ombligo...podía pasarme las horas muertas acariciándola hasta quedarnos dormidos. Aún recuerdo el poder que tenían tus brazos sobre mí, la capacidad de hacerme sentir seguro y lo confortable que era despertar entre ellos. A veces incluso el viento me trae tu olor, pero sólo el del último abrazo. Tu olor era el mejor de los aromas, sobretodo el de aquellos días especiales en que usabas tu mejor colonia. Aunque creo que me quedo con tu olor para dormir, el que muy poca gente conoce. No hay día que eche de menos tus manías. La manía de hacerme sentirme más alto que tú en las escaleras mecánicas. La manía de ducharnos juntos a altas horas, aunque yo me muriera de sueño. La manía de besarme en cualquier banco haciéndolo nuestro. También odiaba tu indecisión, creo que porque yo soy la persona más indecisa del mundo. Las llamadas de antes de dormir, que me acompañaras a casa, ser lo último que veas antes de volver a tu isla y esperarte en el aeropuerto cuando volvieras. Me gustaba esa felicidad. Me gustaba la vida a tu lado. Esta última carta no pretende revivir sentimientos muertos, sólo desear que descansen en paz. Por todo eso que me regalaste, por cada carcajada que compartiste, por lo que un día fuimos.
A la persona que me hizo mas feliz de todas, a ti. "


martes, 7 de enero de 2014

Amor (no) correspondido.


Siempre he pensado que el peor de los amores era el no correspondido, hasta hoy. Existe un amor todavía más dañino y cruel después de aquel en el que una persona queda atrapada en una historia unilateral, es aquel en el que dos personas se aman pero, por circunstancias de la vida, no pueden estar juntos. De locos, ¿verdad? Con lo difícil que es encontrar a alguien dispuesto a amar nuestras virtudes y aceptar nuestros defectos, y va la vida, esa que es tan puta, y nos aleja de todo final feliz posible. Lo sé, sé que parece que estoy escribiendo sobre el gran tópico amor no correspondido, pero es que este es igual de imposible y, en ocasiones, incluso más doloroso.

La distancia, el famoso enemigo de las relaciones, separa corazones y desgasta a las personas hasta que no pueden más. Inunda sus vidas de incertidumbre y desconfianza y, al final, lo que empezó con un ‘nos vemos en dos semanas’ se esfuma entre correspondencia sin contestación alguna.

La inseguridad, el sentimiento más inútil, el miedo a querer por la posibilidad de ser rechazado. Es un amor a contrarreloj, pues, cuando el tiempo pase, sólo quedarán dos personas que pudieron amarse, pero prefirieron el suelo firme de la soledad.


Las terceras personas, un veneno que corre lento en cualquier historia de amor. Os preguntaréis cómo es posible que existan terceras personas en una relación que no puede ser, pues este post va dirigido a aquellas personas que, a pesar de quererse, no pueden estar juntas. Las terceras personas se ocultan en el tiempo en forma de pasado, presente y futuro. Hablando más claro, existen normas no escritas que nos prohíben querer a ciertas personas, a veces, incluso hablar con ellas. Parece de chiste, pero es cierto. Estas normas no escritas tienen como pilares la confianza, la lealtad y el respeto. Un día cualquiera, podéis juraros amor en el coche en mitad de la noche mientras suena tu canción favorita, y al día siguiente amanecer con todos los ‘te quiero’ rotos. ¿Cómo explicarías a tu mejor amiga que te has enamorado de su ex? Exacto, estas terceras personas son los amigos. Personalmente soy partidario de que ‘lo que ha tocado tu amigo, no se toca’, pero nadie elige de quien enamorarse. Aceptar un amor prohibido puede suponer rechazar una amistad verdadera, por eso anteponemos nuestras amistades a un amor que, aunque no queramos que acabe nunca, puede acabar cuando menos te lo esperas. Es injusto  tener que rechazar lo que amas porque otra persona tuvo la suerte de conocerlo antes, pero es la vida. Es la vida de las personas cobardes que han mantenido en secreto sus sentimientos; pero también es la vida de las personas valientes que han sido capaces de tomar la decisión más difícil de todas: renunciar a lo que se ama. Hay que ser valientes para poner una sonrisa a esa amiga que no sabe que es culpable de tu falta de felicidad. Hay que ser valientes para decirle a la persona que te quiere que no podéis estar juntos. Y hay que ser valientes para asumir que desde ese mismo día, tienes que empezar a olvidar a la persona que conseguía que te olvidaras del mundo. Por eso, cuando hablamos de un amor correspondido, olvidamos que a veces llevan un paréntesis entre medias que lo convierte en no correspondido, el paréntesis de la amistad.

A todas esas personas que son tanto afortunadas como víctimas de un amor al que han de renunciar por mantenerse en pie, quizás la vida les tenga preparado un final feliz y este trago de amargura no sea más que un capítulo que contar. Quién sabe qué planes tiene la vida en lo que respecta a nuestra vida amorosa. Y, si estos planes fallan y las ganas crecen, debemos recordar que 'siempre nos quedará París'.

martes, 31 de diciembre de 2013

Último balance.



Tenemos esa extraña tendencia de analizar el año que hemos vivido, cuando apenas le quedan días para agotarse. Es el último balance, el último vistazo atrás. En realidad, el último día del año es como un día de jornada de puertas abiertas para el pasado. Sí, durante estas últimas horas permitimos que nos invadan los recuerdos, y con ellos, la nostalgia de lo que se fue y la alegría de lo que permanece. Creo que hacemos este pequeño balance personal para rodear nuestros errores con un rotulador rojo y repetirnos a nosotros mismos que no los volveremos a cometer en este nuevo año que entra, y para eso nos marcamos propósitos. Propósitos que a veces olvidamos desde el primer día, o quedan apuntados en un papel que perdemos entre nuestras cosas de la mesilla de noche.
‘Para este nuevo año, quiero ser más feliz, que ya me toca.’ ¿Os suena, verdad? La gran mayoría de nosotros deseamos encontrar la felicidad en cada año nuevo, aunque el problema de ésta es que nunca viene sola. Bajo este primer propósito de felicidad, se ocultan otros varios como son encontrar una pareja estable, que no falte el dinero, por supuesto que tengamos salud, y en general, que la vida nos sonría. Pero, algo va mal, algo no termina de cuadrar si cada año se repite este ritual de lágrimas y sonrisas. Es gracioso, todos brindamos con una sonrisa, fingida o no, como si realmente este último momento fuera a mejorar toda la mierda que nos ha rodeado durante el año, y creemos que dos sorbos a una copa de champán van a lograr que el nuevo año sea mejor que el infierno en el que lo acabamos. Pero vuelve a ocurrir. Año tras año, despedimos junto a los nuestros un año que debía ser fantástico, pero que, por lo que sea, vuelve a ser un recuerdo de todo lo malo combinado con el deseo de que todo cambie al comernos 12 uvas. Y hasta aquí el lado gris de la Nochevieja.
Aunque no me guste hablar aquí de mí mismo, hoy es un día para ello, porque yo también tengo mi último balance. Y una vez me dijeron, que no hay demostrar que no somos felices, porque en el mundo existen personas que se alegran de todas nuestras tristezas, y yo no voy a darle a nadie ese gusto. Ha sido un año cuanto menos raro, caótico y sorprendente. Tampoco voy a mentir, la manera en la comenzó mi año no se parece para nada a como está acabando, pero en esta vida hay que saber afrontar todo lo que nos viene, aunque escueza más que llenar de sal una herida. Empecé un año que prometía ser genial, en el que lo tenía todo, estudios, amor, familia, amigos… Pero la vida, o el año, es caprichoso, y ya se sabe lo que se dice:no es como se empieza, sino como se acaba. Y así ha sido. Las familias crecen, otras se reducen, y tenemos que aceptarlo. Este año, habrá personas importantes brindando desde la otra punta del mundo, pero, aunque lo hagan desde Panamá, una parte de ellos estará brindando en nuestra mesa. En cuanto al amor, he tenido la suerte de saborear a una persona que me ha hecho realmente feliz, y me ha querido tal y como soy. De verdad, cuando las personas encontramos el amor, no necesitamos nada más. Y sé, que aunque el amor se haya acabado para mí, al menos durante un tiempo, esa persona también estará brindando en mi mesa, escondido entre el ruido de las copas al chocar, porque yo tuve la suerte de empezar el año con la persona que más he amado. El amor se esfuma, los recuerdos no, nunca olvidéis eso. En lo que respecta a mis amigos, tengo la suerte de tener a los mejores, y lo siento por los que no tenéis esa suerte. Es cierto que algunos se han ido, pero los más importantes siguen ahí, al pie del cañón. No voy a entrar de detalles, pero sí está bien recordarles que gracias a ellos yo me mantengo en pie y soy quien soy. Ellos han hecho que este año no se vaya del todo a la mierda, y eso es algo de lo que siempre estaré agradecido. Por último, los de casa, por los que yo daría la vida: mi madre y mis dos hermanos. Ellos son lo más importante, y doy gracias de que año tras año sigan conmigo, sin soltarme ni un momento. Han sido mi luz cuando todo era oscuro, y siempre, pase lo que pase, serán lo mejor de cada año.
La vida la medimos en años, y es quizás por eso por lo que hacemos un balance cuando este se agota, para recordarnos a nosotros mismos quienes somos y como queremos ser. Y como bien dicen, cada día es una nueva oportunidad, ¿no? Así que tenemos 365 oportunidades nuevas para cambiar todo. Brindemos por los que se marcharon, por los que se quedaron, y por los que vendrán, porque todos ellos forman nuestro balance, y para que un año sea completo, hemos de reír, llorar y bailar hasta que nos duelan los pies.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Regla #3. Si ha pasado página...tú pasa dos.


La vida es un libro. Un libro con un pasado escrito a fuego, un presente que se escribe sobre la marcha y un futuro totalmente en blanco. Así, lo que ocurre en el pasado, influye inevitablemente en el presente que vivimos y en el futuro que está por venir. Todo lo que ocurre, desencadena en nuestras vidas nuevas circunstancias, nuevas páginas en el libro. Y la vida, como libro que es, se presenta de formas muy diversas.

A veces ocurre que juzgamos un libro por su portada, por lo que vemos desde fuera, ignorando lo que realmente hay en su interior. Como, por ejemplo, con un libro de tapa dura que recoge la mayor novela romántica o la historia de amor más triste jamás escrita, quizás por esto presente una tapa dura, una coraza para evitar más historias alejadas de cualquier final feliz.

De la misma manera, algunos libros son víctimas de sus propias historias. Son aquellos que, en un abrir y cerrar de ojos, cambian por completo. Así, lo que creíamos por cuento de hadas, puede convertirse en una novela de terror en cuestión de segundos.


También podemos ser adictos a cierta página. Esa en la que está escrito el diálogo más romántico o la descripción más detallada y mágica de nuestro lugar favorito. La misma que marcamos para releer una y otra vez. Pero, ¿marcamos nosotros mismos la página? Personalmente pienso que es la página la que nos marca a nosotros. Más que una página, una persona, un lugar, o un recuerdo. Somos capaces de quedarnos anclados a esa página, reviviendo a cada momento lo que aguarda. La famosa piedra con la que nos gusta tropezar. Tenemos por tendencia recordar aquello que nos hizo felices, y asumimos que el precio de ese bonito recuerdo no es otro que vivir estancados en esa página, en ese momento de nuestras vidas en el que todo estaba en completo orden. 
Es en esa misma página donde recordamos la misma historia, los mismos besos, y aún peor, el mismo final; sin saber que, mientras leemos esa página, el protagonista de ella ha pasado la suya de una zancada, como si de un charco en un día de lluvia se tratase. En una situación así, sólo nos quedan dos opciones. Podemos seguir atados a una historia con la que sólo ganamos noches en vela y kilos a base de chocolate; o podemos seguir adelante y así no perdernos todo lo que está por venir, todas las páginas dispuestas a demostrarnos que existen otro tipo de finales, aquellos en los que el príncipe no nos cambia por otra persona.


El mundo no va a pararse por muy complicadas que se presenten las cosas. Y menos mal, pues de lo contrario, no podríamos decir que no hay mal que dure eternamente. Por eso, cuando dejes de preguntarte por qué, quizás encuentres el momento de preguntarte por qué no, dejando atrás esa página a la que tanto te aferrabas, adentrándote no sólo en nuevas páginas, sino en nuevos capítulos. Pasar página es un riesgo que merece la pena sólo por averiguar qué nos espera más adelante. Por ello, cuando no encuentres motivos de peso por los que pasar página, a pesar de que la otra persona sí lo haya hecho, recuerda quién eres y qué mereces, que si ha pasado página…tú pasa dos.