Tenemos esa extraña tendencia de analizar el año que hemos vivido, cuando apenas le quedan días para agotarse. Es el último balance, el último vistazo atrás. En realidad, el último día del año es como un día de jornada de puertas abiertas para el pasado. Sí, durante estas últimas horas permitimos que nos invadan los recuerdos, y con ellos, la nostalgia de lo que se fue y la alegría de lo que permanece. Creo que hacemos este pequeño balance personal para rodear nuestros errores con un rotulador rojo y repetirnos a nosotros mismos que no los volveremos a cometer en este nuevo año que entra, y para eso nos marcamos propósitos. Propósitos que a veces olvidamos desde el primer día, o quedan apuntados en un papel que perdemos entre nuestras cosas de la mesilla de noche.
‘Para este nuevo año, quiero ser más feliz, que ya me toca.’ ¿Os suena, verdad? La gran mayoría de nosotros deseamos encontrar la felicidad en cada año nuevo, aunque el problema de ésta es que nunca viene sola. Bajo este primer propósito de felicidad, se ocultan otros varios como son encontrar una pareja estable, que no falte el dinero, por supuesto que tengamos salud, y en general, que la vida nos sonría. Pero, algo va mal, algo no termina de cuadrar si cada año se repite este ritual de lágrimas y sonrisas. Es gracioso, todos brindamos con una sonrisa, fingida o no, como si realmente este último momento fuera a mejorar toda la mierda que nos ha rodeado durante el año, y creemos que dos sorbos a una copa de champán van a lograr que el nuevo año sea mejor que el infierno en el que lo acabamos. Pero vuelve a ocurrir. Año tras año, despedimos junto a los nuestros un año que debía ser fantástico, pero que, por lo que sea, vuelve a ser un recuerdo de todo lo malo combinado con el deseo de que todo cambie al comernos 12 uvas. Y hasta aquí el lado gris de la Nochevieja.
Aunque no me guste hablar aquí de mí mismo, hoy es un día para ello, porque yo también tengo mi último balance. Y una vez me dijeron, que no hay demostrar que no somos felices, porque en el mundo existen personas que se alegran de todas nuestras tristezas, y yo no voy a darle a nadie ese gusto. Ha sido un año cuanto menos raro, caótico y sorprendente. Tampoco voy a mentir, la manera en la comenzó mi año no se parece para nada a como está acabando, pero en esta vida hay que saber afrontar todo lo que nos viene, aunque escueza más que llenar de sal una herida. Empecé un año que prometía ser genial, en el que lo tenía todo, estudios, amor, familia, amigos… Pero la vida, o el año, es caprichoso, y ya se sabe lo que se dice:no es como se empieza, sino como se acaba. Y así ha sido. Las familias crecen, otras se reducen, y tenemos que aceptarlo. Este año, habrá personas importantes brindando desde la otra punta del mundo, pero, aunque lo hagan desde Panamá, una parte de ellos estará brindando en nuestra mesa. En cuanto al amor, he tenido la suerte de saborear a una persona que me ha hecho realmente feliz, y me ha querido tal y como soy. De verdad, cuando las personas encontramos el amor, no necesitamos nada más. Y sé, que aunque el amor se haya acabado para mí, al menos durante un tiempo, esa persona también estará brindando en mi mesa, escondido entre el ruido de las copas al chocar, porque yo tuve la suerte de empezar el año con la persona que más he amado. El amor se esfuma, los recuerdos no, nunca olvidéis eso. En lo que respecta a mis amigos, tengo la suerte de tener a los mejores, y lo siento por los que no tenéis esa suerte. Es cierto que algunos se han ido, pero los más importantes siguen ahí, al pie del cañón. No voy a entrar de detalles, pero sí está bien recordarles que gracias a ellos yo me mantengo en pie y soy quien soy. Ellos han hecho que este año no se vaya del todo a la mierda, y eso es algo de lo que siempre estaré agradecido. Por último, los de casa, por los que yo daría la vida: mi madre y mis dos hermanos. Ellos son lo más importante, y doy gracias de que año tras año sigan conmigo, sin soltarme ni un momento. Han sido mi luz cuando todo era oscuro, y siempre, pase lo que pase, serán lo mejor de cada año.
La vida la medimos en años, y es quizás por eso por lo que hacemos un balance cuando este se agota, para recordarnos a nosotros mismos quienes somos y como queremos ser. Y como bien dicen, cada día es una nueva oportunidad, ¿no? Así que tenemos 365 oportunidades nuevas para cambiar todo. Brindemos por los que se marcharon, por los que se quedaron, y por los que vendrán, porque todos ellos forman nuestro balance, y para que un año sea completo, hemos de reír, llorar y bailar hasta que nos duelan los pies.